Los partidos oligárquicos restaurados en el poder, a pesar del irrestricto apoyo norteamericano expresado en la abrogación de la Enmienda Platt, y las medidas de estabilización económica -principalmente el sistema de cuotas azucareras y un nuevo tratado de reciprocidad comercial-, mostraron una franca ineptitud en el ejercicio del gobierno.
Por esta razón, los destinos del Estado serían efectivamente regidos por Batista y sus militares. Pero esta forma autoritaria se reveló incapaz de ofrecer una salida estable a la situación cubana. Ello condujo a una transacción con las fuerzas revolucionarias y democráticas -debilitadas por divisiones internas- que serían plasmadas en la Constitución de 1940. Con esta nueva Carta Magna, que recogía importantes reivindicaciones populares, se abrió un nuevo período de legalidad institucional.