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Las tímidas y escasas medidas reformistas apenas afectaron las estructuras de propiedad agraria y de dependencia comercial que bloqueaban el desarrollo del país. Sí se valieron, en cambio, de la bonanza económica que reportaba la recuperación azucarera para llevar el saqueo de los fondos públicos a magnitudes sin precedentes. La corrupción administrativa se complementaba con el auspicio de numerosas bandas gansteriles, que los auténticos utilizaron para expulsar a los comunistas de la dirección de los sindicatos en medio de la propicia atmósfera de la guerra fría. El repudio a la bochornosa situación imperante fue canalizado por el movimiento cívico político de la ortodoxia, cuyo carismático líder, Eduardo Chibás, se suicidaría en 1951 en medio de una encendida polémica con personeros gubernamentales.Aunque todo auguraba el triunfo ortodoxo en las elecciones de 1952, las esperanzas se verían frustradas por un golpe militar. El descrédito en que la experiencia auténtica había sumido a las fórmulas reformistas y las instituciones republicanas, así como la favorable disposición hacia un gobierno de "mano dura" por parte de los intereses norteamericanos y algunos sectores de la burguesía criolla, favorecieron las ambiciones de Fulgencio Batista, quien a la cabeza de una asonada militar, asaltó el poder el 10 de marzo de 1952.